La vida pone muchas pruebas por las que uno debe pasar, y cada quien se enfrenta a estos problemas de manera diferente. Algunos escriben; otros pelean. Todos los miembros de mi familia parecían ahogar sus problemas en el alcohol.

Como era un niño de apenas seis años, no veía los problemas que enfrentaba mi familia. El mundo era grande y estaba lleno de cosas maravillosas ante los ojos de un niño curioso, pero el tener padres alcohólicos hizo que mi mundo fuera mucho más pequeño. No podría expresar con palabras lo asustado que me sentía.

Rápidamente aprendí a descifrar lo que mis padres pensaban y sentían. Necesitaba saber si iba a estar en el lugar cálido y amoroso que se supone que debe ser un hogar, o en una zona de guerra en donde la gente tenía miedo de expresar sus sentimientos.

En un momento dado, mi padre y mi madre pensaron que sería bueno que ella se fuera, y así lo hizo. Durante el tiempo en que mi mamá se fue, ella y mi papá estuvieron sobrios de vez en cuando.

Una vez mi papá salió un viernes por la noche y nos dejó a mí y a un amigo mío en la casa. Como él no regresaba, mi amigo y yo nos fuimos a su casa. Cuando mi papá vino a recogerme, se sentía con náusea debido a lo mucho que bebió. Entonces me dijo que quería cambiar.

Después de eso, vi a mi mamá, y ella se encontraba sobria. Me comentó acerca de Alateen, y yo le dije que iría para probar. Enseguida le dije a mi papá que yo quería ir, y él decidió ir a A.A. Así fue como juntos empezamos el camino hacia la recuperación.

Recuerdo mi primera reunión bastante bien, aunque siento como si hubiera sido hace muchísimo tiempo. Había una gran cantidad de muchachos mayores que yo, y no conocía a ninguno de ellos. Traté de encontrar un rincón oscuro para esconderme cuando una muchacha de 18 años se me acercó, se agachó y me miró a los ojos y, con una voz reconfortante y una cariñosa sonrisa, me preguntó: «¿Estás nervioso?» Titubeando le indiqué que sí. Ella puso sus manos en mis hombros temblorosos, los movió con gran emoción y gritó: «¡No te pongas nervioso!» Yo salté. Todos los demás se rieron y me dieron un abrazo.

En ese momento, todo el temor y la tensión que mi corazón sentía se alivió. De alguna manera, esa fue la muestra de amor más grande que sentí desde hacía años. No pude dejar de sonreír y de echarme a reír junto con el resto del grupo. De verdad me sentía feliz por primera vez después de varios años.

Compartí y lloré en esa primera reunión. Me sentí muy bien, como si estuviera flotando en una nube. Asistí a las reuniones durante muchos años sin perderme ninguna de ellas.

Pienso en lo que sería de mi vida si nunca hubiera ido a esa primera reunión de Alateen. Podría haberme hecho daño o haber dañado a alguien más. Podría haber ido a parar a la cárcel o quizás haberme convertido en un alcohólico. Cuando me imagino el mundo opuesto que quizás me hubiera podido crear, siento la dicha de que mi Poder Superior se preocupó de guiarme hacia el programa.

Alateen no me «enderezó» ni me hizo perfecto. Alateen me mostró la forma de ubicar las cosas en la vida de manera que pudiera amar el producto final. Aprendí que la vida vale la pena vivirla. Estar feliz es como mirar las cartas de la baraja que Dios ha repartido, y sentirme tranquilo y sonreír. Quizás las cartas que me salieron no sean las mejores, pero tampoco tengo las peores.

Por Jeremy