Mi papá pasaba ebrio la mayor parte del tiempo. Él era un hombre muy abusivo, física y mentalmente. Mi madre no bebía mucho, pero se desquitaba de todas sus frustraciones conmigo. Yo siempre estaba metido en algún problema. Las reglas en nuestra casa cambiaban todos los días ―en ocasiones cambiaban muchas veces al día―; por lo tanto, yo estaba siempre metido en problemas por algo. Después de que mi mamá me daba una paliza, mi papá me daba otra más fuerte.

Estando en una edad muy joven me di cuenta de que era tonto, insignificante y responsable de cuanta persona y cuanta cosa me rodeaban. Debía hacer lo que me decían sin hacer preguntas. Era peligroso expresar mis emociones. Olvidar cualquiera de estas cosas podría haber sido fatal. Papá intentó matarme en algunas ocasiones.

Sobreviví la niñez e incorporé en mi vida adulta lo que sabía. Escogí amigos y parejas que me trataban de la misma forma que me trataban en mi familia. Para mí eso era normal. Está por demás decir que ninguna de las relaciones duró, y me eché la culpa de todo eso.

Había vivido con una mujer durante casi veinte años cuando terminé la relación. La vida con ella al principio era buena. Luego las cosas empezaron a marchar con insensatez y siguieron marchando más insensatamente. En un par de ocasiones me amenazó con dispararme. Finalmente encontré el valor de decirle que ya no quería estar más con ella.

Estaba solo y mi vida todavía era insensata. Me sentía tan agobiado por la culpa que ya no quería vivir más. Estuve a punto de quitarme la vida cuando recordé algo que había escuchado en Al-Anon y cómo eso me podía ayudar. Pensé que podía llamarlos y ver qué tenían que decir. Si no me gustaba, siempre podía regresar y terminar lo que iba a hacer.

Entré a la casa, localicé el número e hice la llamada. Me contestó una máquina ―alguien me llamaría a la mayor brevedad posible―.

Me esperé diez días hasta que recibí la llamada. No me fui al cobertizo porque tenía miedo de lo que pudiera hacer. Después de todo, la cuerda todavía estaba allí y lista para usarla.

Finalmente, alguien me llamó. Me dijo que había una reunión esa noche y que si quería, me llevaba allí. Le dije que iría. Me quedé sentado en la reunión, muerto de miedo. Escuché a cada persona compartir los secretos de mi familia. No sabía cómo era que sabían, simplemente lo sabían. Supe que era el lugar donde debía estar. Seguí viniendo.

No compartía, simplemente estuve sentado allí durante los próximos seis meses. Todavía no podía creer que supieran mis secretos, pero saber que ya no estaba solo ―que otras personas se sentían igual que yo― me hizo sentirme mejor. Con el tiempo empecé a hablar un poco. Estaba creciendo en el programa.

Empecé a mostrar más interés en el grupo ―acomodar, hacer café, coordinar reuniones y así sucesivamente―. Necesitaba más, así que comencé a ir a otra reunión y a participar en ella. El distrito quería iniciar un grupo de Alateen y necesitaba Padrinos. De inmediato supe que quería hacerlo. Sabía lo bueno que eso me hubiera hecho si hubiera podido obtener ayuda cuando era adolescente, por lo que me convertí en Padrino de Alateen.

Unos meses más tarde, mi grupo me preguntó si quería ocupar el cargo de Representante de Grupo. No pensaba que fuera lo suficientemente bueno para el cargo, pero los miembros me aseguraron que sí lo era y que me iban a ayudar. Asumí el cargo, comencé a asistir a las reuniones de distrito, participé con el Comité de Seminario de Servicio Regional y asistí a mi primera Asamblea. Fue totalmente impresionante.

En mi segunda Asamblea, estaba vacante el cargo de editor de boletines. Gracias al estímulo de mi Poder Superior y algunos maravillosos miembros de Al-Anon, asumí el cargo.

La vida ha sido difícil desde que llegué a Al-Anon, pero nunca la cambiaría por la vida que tenía antes. Tengo un Poder Superior que me ama y me guía, verdaderos amigos que se preocupan por mí y un maravilloso programa con el cual vivir. Hoy tengo paz, serenidad y cordura dentro de mí. ¿Qué más puedo pedir?

Por Mervin Y., Saskatchewan, Canadá